viernes, 8 de abril de 2016

H.

Que me refugio en un hospital es algo demasiado obvio. Lo que no es tan obvio es el terror que me produce el primer paso al entrar cada mañana, ni el pensar lo poco que me pueda quedar allí. Y que no hago más que escuchar que ahora toca ser valiente. ¿Ahora? Llevo demasiado tiempo escuchando esa frase, ese intento de alentar a alguien a que siga, pase lo que pase. (Y me gustaría decir que estoy cansada de oírlo, pero se me da mal mentirme.)
 Pero a saber a qué demonios se refieren con ser valiente. Como si todo se redujera a confiar, o a lanzarse al vacío, o demás chorradas. Quién sabe hasta qué punto soy valiente, quién podría siquiera acercarse a saber. Que no es hacerse la interesante, ni mantener una careta. No, va todo mucho más allá. Y no, yo no quiero que me conozcan, no quiero que me quieran.
 Y es que todo surge de una conversación, y como siempre con alguien ajeno. Porque es así, es mucho más sencillo ser 'sincero' con alguien que no tiene nada que ver, a quién le des igual. Por así decirlo. Porque yo no sé quién eres, y tú no me conoces en absoluto. Aquí reside la magia; no vas a decirme que salte, no querrás que sea valiente. A mí me vale ese silencio, soy más de esa mirada. Y prefiero ver el brillo de alguien roto porque a veces es mejor cortarse a la vez que cortas. Y luego desaparecer. 



 Así que no me pidas que me calme. No me pidas que te sede. No me digas que te quieres marchar. No les odies. No me olvides.

 No te odies. No te rindas. No dejes de verme.



Hace demasiado tiempo que dejé de ser valiente. Y no me importa. 

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