miércoles, 29 de agosto de 2012

De lluvia y demás.




 Os contaré un secreto. Mi corazón jamás latió con fuerza por una mujer, pero siempre mantuve oculto un instante perdido en el tiempo, algo sin importancia, pero que pudo ser real. O quizá fue mi imaginación, mi ego absoluto sobre todo lo que me rodeaba. Quién sabe, quizá para ella no fue nada, pero seguiré pensando que fue real.






 Un mal día, un día de esos en los que todo parece salir mal. Discusiones con la chica del momento, un mal entrenamiento, una incomodidad acomodada en mí. Un mal día. Y llueve, con fuerza, con ganas, como si el cielo quisiera burlarse de mí. Cargo, como siempre, con la vieja bicicleta que hace que el camino a casa sea más llevadero... excepto cuando llueve. Así que aquí estoy, parado en un portal observando la lluvia que no cesa, sabiendo que me espera un largo camino cargado de malos pensamientos. Ando, ando por esa calle interminable. Ando hasta ver algo que llama mi atención, algo que destaca bajo ese manto gris que cubre toda mi adorada ciudad. Esa luz roja, ese destello en mitad de la nada llama mi atención. Y esa oscura silueta se vuelve, lentamente, hacia mí. Me quedo parado, dudando de lo que se avecina, vacilando sobre dar un paso atrás. Y, entonces, nuestras miradas se cruzan. Unos profundos ojos azules se clavan sobre mí, su pelo cubre parte de su rostro y, por supuesto, no sonríe. Un escalofrío me recorre sin saber por qué. Nos conocemos, es obvio, compañeros de esos que no hablan a no ser que sea estrictamente necesario. Sin embargo ahí está, parada, esperando a que me aproxime hasta ella. Un mismo camino que jamás tomamos juntos. Y me paro frente a ella, no cruzamos palabra, tan sólo un gesto. Ella me cubre con su paraguas y caminamos juntos, sin hablar, sin mirarnos, hasta llegar al punto final. Ella seguirá su camino, yo ya llegué a casa. Estoy empapado, tanto como lo está ella. Y una nueva mirada, un "gracias" poco efusivo y un tranquilo "hasta mañana". La veo alejarse, no se gira en ningún momento. La observo hasta que la lluvia ahoga sus pasos y su silueta no se deja reconocer. Y entonces corro, la persigo sin saber por qué, la persigo hasta ver que entra en su propia casa. Y me quedo allí como un idiota, bajo la lluvia que no cesa, allí esperando que ella se gire. Esperando volver a temblar. 

Standby

Siempre en estado de espera.

 Acabó las últimas gotas de vino, vertió la tinta sobre papel mojado y alzó la vista hacia un cielo, de nuevo, cubierto de gris. Un nuevo instante perdido, una llamada que jamás llegó.
 Y esperar. 
 Un ruido tan huérfano como distante, tan vacío, unas letras que jamás volvería a entender. Trazos borrados  tras el derrumbe de ilusiones. Un "erase una vez" con un fin interrogante. Esperando...

 ...tanto. Tanto que acabó convertido en espera.

 


viernes, 3 de agosto de 2012

Falta menos, y a la vez falta tanto.


Despiértame, por una única vez haz que salga de este sueño infinito. Ven y arráncame de las sábanas que me ataron a su olor. Arrástrame a tu juego, concédeme una derrota. Conviérteme en cenizas y hazme volar a tu ritmo, allí donde existan las sonrisas. Hazme sentirme valiente para hacer de ti la mayor cobardía, atrévete a retarme para poder vivir mi pesadilla. Detén el tiempo, haz eterna la noche, haz que no exista ese nuevo día.
 Despierta la melancolía, aquella con la que me hacías vibrar y, de nuevo, haz que caiga en este letargo. Cóncedeme un último baile y márchate sin mirar atrás, como siempre hiciste. 

 Y así, de una sencilla forma amaneció y la realidad lo inundo todo. Excepto ese momento y ese efímero adiós. 

Agonía.


 Dulce y lenta agonía aquella que te vuelve la espalda y te abandona de cara a la pared. Y qué más da oír como se aleja, qué importa que no amanezca, que se tuerzan los caminos y se borren las despedidas. ¿Y ahora quién? Quién empañará tu espejo al ver perdida tu mirada, quién apagará las velas para preservar tu intimidad. Ahora abraza lo atroz de la pasión, los silencios vacíos, las mudas palabras. 

 Y sí, desde su orilla escucharás caer cada lágrima, pero no secarás sus ojos, no incendiarás su alma ahogada. No crees en esa realidad. Prefieres creer que su hielo un día no existirá, que al deshacerse no morirá. Y quizás tiembles al ver su pálido rostro, muerto y vacío, quizás entonces tengas miedo. Quizás pienses que no duele, o que ese camino no irá hacia ti.