jueves, 4 de abril de 2013

Marchitando primaveras.


Y para no volver.
Y se apagaron los atardeceres, la lluvia hacía, de nuevo, daño, y aquella luz pasajera y burlona desde el cielo volvía a reír. Que no existen las risas cuando algo muere, porque siempre tuvo sus dos visiones y jamás fueron acordes al momento. Y de acordes hablamos cuando el refugio está prohibido, cuando los charcos ya no ahogan de dolor sino de una inusual belleza.
 Ahora queda el lejano abrigo de que pudo ser real, pero siempre equivocado. Queda volver a sentir que no fue la forma adecuada de adiós.
 Pero que es la única forma posible. 

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