viernes, 3 de agosto de 2012

Agonía.


 Dulce y lenta agonía aquella que te vuelve la espalda y te abandona de cara a la pared. Y qué más da oír como se aleja, qué importa que no amanezca, que se tuerzan los caminos y se borren las despedidas. ¿Y ahora quién? Quién empañará tu espejo al ver perdida tu mirada, quién apagará las velas para preservar tu intimidad. Ahora abraza lo atroz de la pasión, los silencios vacíos, las mudas palabras. 

 Y sí, desde su orilla escucharás caer cada lágrima, pero no secarás sus ojos, no incendiarás su alma ahogada. No crees en esa realidad. Prefieres creer que su hielo un día no existirá, que al deshacerse no morirá. Y quizás tiembles al ver su pálido rostro, muerto y vacío, quizás entonces tengas miedo. Quizás pienses que no duele, o que ese camino no irá hacia ti. 

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