sábado, 11 de febrero de 2012

Incondicional.

Sí, quizás importa ser tu incondicional.  
 


Hoy me encuentro aquí, una noche más. Me encuentro mirando las luces lejanas de esta ciudad que tanto odio y de la que, sin embargo, adoro cada atardecer. Es tarde, es tan tarde que puedo hacer lo que me apetece, sin temor a perder o encontrar nada. Tengo la libertad de desaparecer, y la necesidad de ser encontrada.
Y me marcho.
Ni lejos ni cerca, simplemente me voy y me siento en la puerta de mi lugar preferido... y más odiado a la vez. Me siento una vez más y observo a la escasa gente que pasea a estas horas. Enciendo un cigarrillo, lo miro con aversión y recuerdo.

- No me eches el humo, por favor.
- Perdona, se me olvidó lo mucho que odias el tabaco.
- No es por eso.
- ¿Entonces?
- Es porque si huelo a tabaco te volveré a recordar, y sabré que no estás aquí.

Siempre tuvimos conversaciones absurdas. Sí, tú y yo. Absurdo.
Ahora te recuerdo a conciencia, adoro el dulce olor a tabaco. Adoro saber que te irá matando, y que me matará a mi también.

Y, sin más, regreso.
No pienso dormir. No lo puedo evitar. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario