
Hipotecar las ganas de abrazar, rendirse ante las tormentas. Dejar la lluvia caer, empapar cada hoja de papel fundido en mí, que nadie entiende mejor las palabras que una hoja en blanco. Y que la tinta que se esfuma al contacto con tu piel prenda de nuevo en ganas de seguir. Que todo acaba, que muere y no renace. Pero puede perdurar de forma diferente. Un tatuaje invisible a los ojos ajenos no es más que un recuerdo imborrable. Unos trazos a lápiz que jamás serán encontrados, todos los miedos guardados en un gastado lienzo sin armar. La tensión de que se conozca, la decepción al no ser encontrado. Las mentiras, las inquietudes. Todo demasiado caótico para ser comprendido.
Alas arrancadas, plumas quemadas, nada con lo que poder volar.
El intentar conocer la mente de una persona, sucio arte tan estúpido e inútil. Nunca llegas a conocer la mente de una persona, tan sólo llegas a conocer lo que tú, en tu máximo egoísmo, quieres que piense esa persona.
Un salto al vacío sin redes que te puedan salvar. Confianza.
Desdén.
Soñarte.
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