miércoles, 11 de abril de 2012

Lunas.

 Me pierdo, ¿sabes? Me pierdo mirando la Luna. No es más que un enorme pedazo de tierra que gira a nuestro alrededor. No tiene nada hipotéticamente especial, pero a mi me fascina observarla. Adoro ver cómo cambia de forma (aunque en realidad siempre sea la misma), es un engaño algo peculiar. 
 Me gusta, (¡cómo no!) cuando está llena, en su máximo esplendor. Iluminando todo el cielo, ocupando gran parte de él. Me gusta cuando está empezando a aparecer, cuando sabes que queda poco para maravillarte con su luz, cuando te muestra esa media sonrisa que, a veces, te provoca una sonrisa a ti también. Me gusta cuando va desapareciendo porque siempre guardo la intriga de qué noche no se verá, de si volverá a crecer como antes. 
 Pero, sin duda, la Luna que más me gusta es aquella que se alza de forma dolorosa, de ese color rojizo que provoca sensación de terror, de ahogo. Esa luna que impone respeto, que recuerda que no siempre se puede brillar, que existe otro tipo de belleza más oscura, tenebrosa quizá, pero inmensamente hermosa.
 Me gusta, me gusta esa Luna. Porque a pesar de brillar por el mero reflejo de algo más grande ahí está, siempre. Encontrando la forma de reflejar ese brillo, de recordar que está ahí, y que es importante. Y, si pudiera, elegiría siempre esa Luna rojiza, quizá de ese modo recordaría siempre el porqué de su fascinación.
 Por ahora me conformo con, rara vez, mirar al cielo y encontrarla ahí, desafiante, recordándome la auténtica realidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario