domingo, 4 de marzo de 2012

Castillos de arena.

 -¿Qué hace aquí?
 Le miró sorprendida, no podía creer que, finalmente, él hubiese ido hasta allí. No había nada allí que encajase con él, excepto que ella estaba allí y él lo sabía.
 -Así que es cierto, estás por aquí.
 -¿Por qué iba a mentir?
 No podía creer aquello. Era absurdo. La conversación, la situación... ¿Qué demonios hacía él allí? No era correcto. Ni siquiera se conocían realmente...  sin embargo allí estaba. Ya no podía evitarlo, ya no podía negarlo más. Su corazón latía demasiado rápido como para negarse a si misma que le encantaba que él estuviese allí. Pero no podía decirlo..no. Se armó de valor, le miró a los ojos, dispuesta a preguntarle que era lo que buscaba realmente allí. Le miró... y aquello la dejó sin palabras. Era la primera vez que estaban de ese modo, uno frente a otro, con un momento sólo para ellos. Miró esos ojos oscuros, él le sonrió.
 -¿Tienes tiempo?
 Realizó esa pregunta con una mueca, una mezcla entre una sonrisa amable y creída.
 -¿Tiempo?
 Se sintió estúpida al preguntar eso, pero desconocía a que se debía todo aquello. Le comenzaron a temblar las manos. "¡Maldición" pensó, aquello era lo último que quería que él notase. Estaba inquieta, y no sabía explicar por qué.
 -Tiempo. Me preguntaba si tienes algo que hacer después de esto.
 -Nada. No tengo nada que hacer.
 -¿Te apetece salir un rato? No te robaré mucho tiempo.
 -¿Salir? Claro, sería un placer.
 -Perfecto. Te espero fuera.
 Y sin más se dio la vuelta y la esperó, fuera, mientras miraba a la gente pasar. Aquello era absurdo, no tenía ningún sentido. Pero decidió seguirle la corriente, la curiosidad le podía. Y las ganas de conocerle mejor también. Se cambió rápidamente y salió a su encuentro. Él le volvió a sonreír. Comenzaron a andar y, sin más, se sentaron juntos a hablar. Simplemente hablar. Conocerse. Fue una tarde tranquila, de risas y confidencias, de debates, de opiniones comunes y enfrentadas. Para ella fue una tarde maravillosa. Él le estaba abriendo las puertas, dejaba que ella le conociese. Y ella le correspondió en todo momento.
 Pero el tiempo pasa, y anocheció demasiado rápido para su gusto. Llegaron a su destino, al lugar donde debían separarse. Se despidieron de forma cordial, como si un velo helado se hubiese posado sobre ellos y la cálida tarde hubiese sido olvidada. Ella se sintió desfallecer, le había tenido durante unas horas y, ahora, todo volvía a ser igual. Indiferente. No quería aquello, no ahora que sabía que él tenía algo, algo que ella deseaba conocer aún más, algo que le encantaba, le asustaba y hacía de él algo adictivo.
 -¿Puedo preguntarte algo?
 -Adelante.
 -¿Por qué has venido hoy? No logro entender con qué fin podrías venir hasta aquí.
 El se rió, con esa risa nerviosa que había descubierto esa tarde y que tanto le había gustado.
 -Quería verte y conocerte. Pero sólo a ti, saber como eres de verdad, sola. Quería encontrarte.
 -No me esperaba esa respuesta.
 -Es lógico. Vas a llegar tarde, deberías marcharte ya.
 -Tienes razón... Gracias.
 Se dio la vuelta y comenzó a andar. Seguía sin entender nada. No podía ilusionarse, era absurdo. Aceleró el paso, intentando huir de algo que había sido fantástico, pero un grito la paró. Él la llamaba, de nuevo él. Se paró y esperó a que él la alcanzase sin aliento.
 -Ahora tengo yo una pregunta.
 -...Adelante.
 -¿Esto se podrá repetir?
 -Ya sabes donde encontrame.
 -No quiero volver a encontrate, quiero que me dejes buscarte. Depende de ti.
 -Estaré aquí, esperando a que me encuentres de nuevo.
 -¿Lo dices de verdad?
 -No podría mentir con algo así.
 -¿Puedo buscarte ahora?
 -Ya me has encontrado.

 No hizo falta más. Seguía siendo absurdo pero para ellos fue suficiente. No importaba el pasado, no importaba la gente, no importaban horarios ni comentarios. Aquello que habían ignorado tanto tiempo les desbordaba, lo sabían. Algo que ambos se preguntaban tuvo solución en una sola tarde. Él la había encontrado. Ella le había encontrado. Algo que no suele ocurrir.

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