viernes, 2 de marzo de 2012

Él.

- No puede ser.
- ¿Qué ocurre?
- Está aquí, de nuevo. Es ella.
 No lo podía creer, se habían despedido de forma normal. Un adiós, y no volvió a verla. Tan pronto como llegó volvió a desaparecer.
 Pero él no la había olvidado. Esa mirada huidiza, ese dulce olor, esa frialdad que transmitía y que, sin embargo, se convertía en una dulzura infinita cuando sonreía. Ella nunca le miraba a los ojos, sonreía y apartaba la mirada. Cuando hablaban siempre lo hacía cabizbaja, con una extraña y dolorosa vergüenza, pero fascinante a los ojos de él.
 En realidad no había más, él lo sabía. No sabía nada de ella, las típicas cosas que uno pregunta o descubre por casualidad. Gustos musicales, comida, libros, cine... Algo importante para muchos pero que él veía como algo secundario. Sin embargo, él adoraba sus pequeños detalles. Su risa, si forma de ponerse un mechón tras la oreja, sus cambios de postura cuando se aburría, su forma de morderse el labio cuando se sentía incómoda o frustrada, su obsesión con el orden... No eran más que pequeños detalles que él solía observar pero que hacían, en conjunto, a esa chica. Esa chica que, de alguna forma, había conseguido que él olvidase su dolor, su pasado. Y no había hecho nada, salvo mirarle un segundo. Y abrazarle. Él jamás olvidaría ese abrazo fugaz. Fue perfecto, en el momento justo, con la sinceridad que él necesitaba. Nadie le había visto marcharse infeliz, y a pesar de todo ella corrió tras él, le miró y le abrazó. No dijo nada, tan solo le abrazó. Y para él fue suficiente. Jamás olvidaría esos segundos a escasos centímetros de distancia, jamás olvidaría su dulce olor, sus ojos llorosos, su respiración acelerada. Y, tras eso, su sonrisa. Ella le sonrió, él le devolvió la sonrisa. Y fue suficiente.
 Y luego se marchó. Estaba convencido de que no la volvería a ver, sabía que ella sería fugaz. Lo sabía, y sin embargo no pudo dejar de pensar en ella, de mantener viva esa esperanza. Y ahora allí estaba, ante él. Con la misma mirada que el primer día.
 Esta vez no la podría dejar escapar. necesitaba conocerla, necesitaba abrazarla, la necesitaba. A toda ella, sus virtudes, sus defectos, sus manías. Todo. Pero le daba miedo. Amar de forma incondicional le aterroriza, pero le asusta más, mucho más, que ella huya de él.
 Pero esta vez necesitaba comprobarlo...

- ¿Qué haces aquí?
- Te estaba buscando.

Y esas palabras fueron suficientes.
- No vuelvas a marcharte.

(...)


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